Cuando entró en aquel bar a "hacer la penúltima", Nelson McGillicuddy no sospechaba que ése, precisamente ese cubata, de garrafón como los diecisiete anteriores, había sido irradiado por una barra de Uranio 235 que uno de los habituales se había traído inadvertidamente de la central nuclear en la que trabajaba.
Tras apurar su copa, sintió un súbito ramalazo de dolor por todo su cuerpo... cayó, primero de rodilllas, luego cuan largo era, sujetándose las sienes, rogando para que no le estallase la cabeza... vamos, como cada fin de semana... cerró los ojos... pero esa noche, cuando Nelson volvió a abrirlos... ya no era Nelson McGillicuddy... era... ¡Esponjamán!
¡Esponjamán! ¡Capaz de vaciar de una sentada la botellería de cualquier pub!
¡Esponjamán! ¡Capaz de tomarse "la penúltima" treinta y ocho veces en una noche!
¡Esponjamán! ¡Capaz de improvisar un cubata con un cartón de leche y media docena de muestras gratuitas de colonia infantil!
¡Temed la ira de... Esponjamán!
Y, sobre todo... temed su grito de guerra: "Hola, chavalote, págate algo, ¿no?"
Tras apurar su copa, sintió un súbito ramalazo de dolor por todo su cuerpo... cayó, primero de rodilllas, luego cuan largo era, sujetándose las sienes, rogando para que no le estallase la cabeza... vamos, como cada fin de semana... cerró los ojos... pero esa noche, cuando Nelson volvió a abrirlos... ya no era Nelson McGillicuddy... era... ¡Esponjamán!
¡Esponjamán! ¡Capaz de vaciar de una sentada la botellería de cualquier pub!
¡Esponjamán! ¡Capaz de tomarse "la penúltima" treinta y ocho veces en una noche!
¡Esponjamán! ¡Capaz de improvisar un cubata con un cartón de leche y media docena de muestras gratuitas de colonia infantil!
¡Temed la ira de... Esponjamán!
Y, sobre todo... temed su grito de guerra: "Hola, chavalote, págate algo, ¿no?"
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