Le había ocurrido cientos y cientos de veces. El Doctor Sivana estaba desesperado. Años y años de trabajo, de conspirar, de maniobrar en la sombra... planes y más planes que, indefectiblemente, eran abortados por el idiota ese de la capa. Por el Gran Queso Rojo.
Y cuanto más lo pensaba, más claro veía el fallo en todo ese trabajo. Por mucho que lo intentase, siempre, siempre y en el último momento, el maldito chico se desembarazaba de su mordaza... gritaba SHAZAM!, y ahí se terminaba todo. Si al menos hubiera un modo de asegurarse de que el maldito crío no pudiese pronunciar la Palabra, entonces... entonces...
Eh, espera... quizás, después de todo...
...sí que haya un modo...