miércoles, 19 de noviembre de 2008

Yo también fui joven (pero hace mucho)


Tarde, como siempre, me entero a través de Álvaro de a) una celebración bloguera, la Semana Pulp, y b) la existencia de la Liga de los Blogueros Extraordinarios, a la cual no he podido resistirme a apuntarme, aun traicionando de principio su buen nombre. (Personalmente, la Hermandad de Blogueros Diabólicos me hubiese cuadrado más, pero esa es otra historia).

En fin, Semana Pulp. Cuando yo oigo pulp, inmediatamente lo asocio a un comic de mi (ya lejanísima) infancia: ¡El Hombre de Bronce!

Tendría yo, ¿diez? ¿doce años? Mis veranos transcurrían plácidamente en una pequeña aldea de la España Profunda. Población, en verano, quizá un centenar de personas. En invierno, menos de la mitad. Dos bares operativos (estamos hablando de España, amigos). Tiendas: ninguna.

Esa era mi salvación. Salvajemente mordido por el vicio del comic, obligaba mediante las aviesas tretas infantiles (básicamente, pataletas king size) a mis atemorizados padres a que cada vez que se desplazasen al pueblo contiguo a reponer víveres, se pasasen también por la vieja imprenta, (kiosco? ¡Ja, ja!) en el que una pila de comics de segunda mano se mostraba impúdicamente a mis tiernos ojitos.

De aquella pila salieron mis primeros 4F, mis primeros Vengadores, mi primer Círculo Justiciero... y, junto a unos Relatos Salvajes variaditos de... ¿Shang Chi, la Pantera Negra y el Planeta de los simios? (mi memoria nunca fue gran cosa), un día apareció Doc Savage, el Hombre de Bronce.


¿Qué quieres decir con que si he terminado los fondos?
¡Pensé que te encargabas tú!

El Hombre de Hierro molaba; el Hombre de Acero también; ergo el Hombre de Bronce... ¡tenía que molar a la fuerza!. Y vaya si molaba Doc Savage. Y más aún si, como era el caso, lo dibujaba John Buscema y lo entintaba Tony de Zuñiga. Era como Conan -esas ojeras zuñiguenses, je- pero en los años 30. O si, como después pasó, lo dibujaba mi apreciado Ross Andru.

Doc Savage vivía en el ático de un rascacielos, y a pesar de carecer de poderes se entrenaba duramente para combatir el crimen en la mejor forma física posible. ¡No tenía poderes! ¡Sólo entrenaba mucho! ¡La caña de, er, Nueva York! ¡Y disponía no de un sidekick, sino de nada menos que cinco! ¡Y tenía una prima que estaba buenísima! ¡Y un montón de vehículos chulísimos! ¡Y sacaba la pasta de un reino perdido en centroamérica, lleno de indios que le daban su oro porque era un buen tipo y, y, y...! Jo, qué recuerdos.

No debería haberlo buscado para echarle un vistazo.

Y darme cuenta de que a Doc le iban las pieles velludas.



Y que en ocasiones, bueno, sobreactuaba un poquito.


Y que los secundarios humorísticos recibían un trato, um, poco amable.


Y que conocía a todo tipo de gente.



Hala, otro mito de mi infancia a tomar pol c***... ¡muchas gracias, semana pulp!

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