lunes, 9 de julio de 2007

Hasta aquí hemos llegado

Amigos, qué difícil es escribir esta entrada.

Ojalá pudiésemos, pero ninguno de nosotros puede cambiar el pasado; lo hecho, hecho está, y cada uno debe apechugar con las consecuencias de sus actos. El polémico post del jueves pasado (y siguientes) ha generado en la blogosfera una riada de comentarios y apostillas, primero, y descalificaciones y malos rollos después que, de verdad, creedme, no era mi intención alumbrar. De la manera más tonta hemos (he) desencadenado una tormenta no por inesperada menos furiosa.

Pienso que lo ocurrido debería hacernos reflexionar un poquito a todos. Sé que algunas cosas de las que se dijeron no se dijeron con la intención con la que se tomaron; se que algunos están realmente arrepentidos de lo dicho, mientras que otros incluso van sacando pecho por esos foros de dios. En cualquier caso, todos somos culpables de lo ocurrido.

Por mi parte, acepto que no debí sacar el tema del ornitorrinco de la manera en que lo saqué; fue una imperdonable falta de educación por mi parte, y así lo reconozco públicamente aquí y ahora. Sólo puedo alegar en mi defensa lo enardecido de los ánimos en aquel momento, así como la afluencia de ataques que rebasaban ampliamente mi condición de fan para adentrarse peligrosamente en lo personal. Pero insisto; pido perdón a todos aquellos a quien pude ofender. Eso sí, me reitero en mi opinión, aún aceptando que mi algunos ejemplos concretos de mi argumentación fueron particularmente inadecuados.

Por todo ello, he decidido eliminar del blog tanto la entrada original en la que arrancó la historia, como los sucesivos contra-posts en los que fue desarrollándose todo el asunto. Por mi parte, aquí no ha pasado nada, el post de marras jamás fue escrito y los polémicos comentarios tampoco.

No volvamos a mencionar el tema. Mañana será otro día.

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