"Fue por el huevo", afirma Aniceto Sugrañes, lector y coleccionista de comics y protagonista del insólito caso, "lo del huevo me puso en guardia". La historia es como sigue: Aniceto había adquirido en una popular librería especializada de su ciudad un ejemplar de Watchmen, con ocasión del estreno de la película. "No soy muy amigo de los absolutes" -dice, refiriéndose a un formato lujoso y de tamaño bastante respetable-, "pero me pareció que la ocasión lo merecía. Me lo llevé a casa y lo dejé en la mesilla de noche, encima de la pila de lectura, porque lo cierto es que me apetecía bastante releerlo".
Nada ocurrió durante algunos días, pero una mañana, al sonar el despertador, Aniceto se llevó una desagradable sorpresa: "extendí la mano, a tientas, para apagar el despertador, cuando sentí que rompía algo, e inmediatamente noté algo húmedo y pegajoso en mi mano". Con el lógico sobresalto, el empedernido lector reparó con asombro en que lo que había en su mano parecían ser los restos de un huevo. "Eso me puso en guardia, porque yo no suelo guardar los huevos en la mesilla de noche. Así que me puse a mirar con más atención, y donde debía estar mi ejemplar de Watchmen había... ¡una galllina! Primero pensé que, no sé, que alguien me había dado el cambiazo... pero no, porque cuando me fijé mejor, ¡ví que le asomaba el marcapáginas debajo del ala!"
Efectivamente, por razones todavía no aclaradas, el dependiente de la tienda de comics le entregó -Aniceto quiere pensar que por error, y no por malicia-, en lugar de su Absolute Watchmen, un estupendo ejemplar de gallina ponedora, que ronda los cuatro kilos de peso y que el señor Sugrañes ha adoptado hasta el punto de bautizarla como Laurie, uno de los personajes del comic.
Nada ocurrió durante algunos días, pero una mañana, al sonar el despertador, Aniceto se llevó una desagradable sorpresa: "extendí la mano, a tientas, para apagar el despertador, cuando sentí que rompía algo, e inmediatamente noté algo húmedo y pegajoso en mi mano". Con el lógico sobresalto, el empedernido lector reparó con asombro en que lo que había en su mano parecían ser los restos de un huevo. "Eso me puso en guardia, porque yo no suelo guardar los huevos en la mesilla de noche. Así que me puse a mirar con más atención, y donde debía estar mi ejemplar de Watchmen había... ¡una galllina! Primero pensé que, no sé, que alguien me había dado el cambiazo... pero no, porque cuando me fijé mejor, ¡ví que le asomaba el marcapáginas debajo del ala!"
Efectivamente, por razones todavía no aclaradas, el dependiente de la tienda de comics le entregó -Aniceto quiere pensar que por error, y no por malicia-, en lugar de su Absolute Watchmen, un estupendo ejemplar de gallina ponedora, que ronda los cuatro kilos de peso y que el señor Sugrañes ha adoptado hasta el punto de bautizarla como Laurie, uno de los personajes del comic.
"Al principio me indigné con la tienda, claro, pero luego... luego le vi los ojillos a Laurie y no fui capaz de devolverla a la tienda, así que de momento se quedará aquí conmigo. Sé que no es la mejor solución, este es un piso pequeño, pero hasta que encontremos algo mejor...", explica Aniceto, feliz a pesar de todo. "Mire, mire lo contenta que está conmigo la pobrecilla!" Y parece verdad; Laurie picotea con fruición algo de maíz de la mano de Aniceto al tiempo que aletea, arrobada, bajo la cómplice mirada de su nuevo compañero.
"Y no le he contado lo más gracioso", me asegura con una sonrisa franca y alegre Aniceto, cuando ya me estoy yendo, "la verdad es que durante varias noches la leí, ni me enteré de que era una gallina y lo disfruté igual".
"Y no le he contado lo más gracioso", me asegura con una sonrisa franca y alegre Aniceto, cuando ya me estoy yendo, "la verdad es que durante varias noches la leí, ni me enteré de que era una gallina y lo disfruté igual".
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